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¿Cuántas cosas pueden pasar en sesenta años? Bastantes, a decir verdad. Así que recapitulemos hasta donde todos sabemos.

Diecinueve años después de la guerra todo seguía en paz, pero aún el héroe era joven y la guerra estaba demasiado cercana como para poder olvidarla, pero los vástagos ya empezaban a olvidar que sus familiares habían tenido que luchar. Y ellos salieron de Hogwarts, como era de esperar, y ellos fuero la última generación que pisó por el castillo con un mínimo de cabeza. Después de ellos llegó el caos, no el caos que os imagináis de guerra y destrucción, no, ese llegaría más adelante, el que se apoderó entonces del colegio, y de todo el mundo mágico en realidad, era que se habían confiado, demasiado tiempo en paz, sin nada mejor que hacer que tocarse el ombligo e imaginarse una vida aún más perezosa.

Poco a poco el sistema empezó a degenerar, los magos londinenses empezaron a perder los valores, y en Hogwarts ya no estaba McGonagall para poner orden entre el alumnado. Si las cosas fuera estaban mal, con mayor delincuencia mágica y abuso a los muggles, en el castillo no pasaba lo contrario. El control sobre el alumnado había desaparecido, y los jóvenes magos que salían de allí simplemente salían para seguir armando jaleo. En menos de un año se cambió siete veces de ministro, y entonces llegó él Alaric Hardy, y llegó con un plan infalible para mantener la sociedad a raya, pero tarde. Los rumores ya empezaban a llegar. Las reencarnaciones de Voldemort y Grindelwald, estaban ahí, en forma de dos niños que recién empezaban su primer año. ¿Quién lo supo? El cuadro de Dumbledore, por supuesto, y el anciano Harry Potter, que tras sesenta años sin quebraderos de cabeza volvió a sentir como su cicatriz ardía, y eso solo podía significar una cosa: Él había vuelto, más joven que nunca, reencarnado en su último descendiente. Y esta vez no estaba solo. Entonces, ¿cómo conseguir mantener a esos dos chicos controlados? Dumbledore, o su retrato, tenía la solución: alargar un año más la educación en Hogwarts, de este modo se mataban dos pájaros de un tiro, se mantenían vigilados los dos chicos peligrosos y además, intentarían conseguir que los jóvenes no se volvieran unos inútiles para la sociedad.

Pero no todo iban a ser malas noticias, no solo nos encontrábamos con dos malas reencarnaciones. Un año después se supo que ellos no habían sido los únicos, que los Fundadores habían sido llamados a volver, por medio de sus descendientes, para conseguir que el mundo mágico se mantenga en paz. Aunque no todas las cartas están echadas, y aunque parezca que el futuro está en las manos de las reencarnaciones ellos solo son piezas en un tablero de ajedrez en el que todos son partícipes.

Ya se han movido las primeras fichas, los peones han avanzado y el reloj está contando el tiempo. ¿Te atreves a unirte a una aventura donde nada está escrito?

Staff

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